AL MUTAMID




AL MUTAMID

(1998)




FICHA TÉCNICA

Género: Drama histórico.

Edición:“Teatro de la Memoria”: Cádiz, Festival Iberoamericano de Teatro, 2003.

Estreno: Compañía Producciones Imperdibles. Reales Alcázares, Sevilla. 1998.

Duración aproximada: 100 minutos.

Personajes Principales: 6 a 8 hombres, 4 mujeres.

Argumento:

     Finales del siglo XI de nuestra era. La civilización islámica en la península ibérica vive uno de sus mejores momentos en lo que se refiere a la producción de las Artes, mas no a nivel político. Disgregados en pequeños reinos, los monarcas andalusís deben mantener un difícil equilibrio entre los avances cristianos desde el norte y las incursiones de otros pueblos árabes –menos civilizados- desde el sur. Al Mutamid llega al trono de Sevilla en este contexto y logrará, sin embargo, unificar algunos de esos reinos y darles un fugaz y nuevo empuje de prosperidad. En su corte se reunirán prestigiosos artistas e intelectuales y hasta él mismo pasará a la posteridad como un excelente compositor de versos.

La acción de este drama –profundamente empapado en la lírica musulmana de la época- narra la caída y el auge de este famoso rey que convirtió Sevilla en capital de la poesía, sus aventuras amorosas con el poeta Ibn Ammar y después con la reina Rumaikiya, y relata, sobre todo, su sueño en crear y creer que Al Andalus fuera para la Historia algo más que una utopía.

El fragmento que a continuación reproducimos da comienzo justo cuando el sueño de grandeza se empieza a desmoronar. Al Mutamid vive momentos de plenitud en Sevilla, junto a su esposa, rodeado de poetas y todavía gobernando un territorio en paz.

 
 
 
AL MUTAMID
(FRAGMENTO)




...Música. Se ilumina una estancia del Alcázar. Mutamid observa desde una ventana y ríe. Entran IBN AL LABBANA y dos visires más.

MUTAMID
(Riendo). ¿Habéis visto a la reina y a sus esclavas jugar en el barro?. (Los visires atienden, con extraños gestos). ¿Y esas caras?. ¿Qué tenéis que decirme?.

LABBANA
Cosas buenas y malas, mi rey.

MUTAMID
Empezad por las buenas, o no podré saborearlas.

LABBANA
Ibn Ammar ha parado las incursiones del rey Alfonso y lo ha devuelto a León. A cambio de doblar los tributos.

MUTAMID
Pues si estas nuevas son las buenas…

LABBANA
El monarca cristiano os hizo llegar con él este presente. (Los visires le entregan un hacha).

MUTAMID
Para ser un ignorante, se nota que está ese rey arabizado con el uso de sus metáforas. Un arma preciosa. Es simbólico, ¿no?. Y decidme, ¿dónde está Ammar?.

LABBANA
Endiosado con su triunfo y aventurero como sabéis que es, ha tomado destino a Barcelona con intenciones de entrevistar a su rey, el peludo Ramón, y trabar con él alianzas para conquistar Murcia…

MUTAMID
Ammar toma demasiadas decisiones por su cuenta… En fin…¿Y cuáles son las malas noticias?…

     Un grito desesperado de mujer se oye desde el patio. Le sigue un lamento y un llanto.

LABBANA
Las lenguas corren más que nuestras penas, mi rey.

MUTAMID
¡Hablad, por Alá, Labbana!.

LABBANA
El sanguinario Ibn-Ocacha, aliado con Mamún, han provocado la rebelión en Córdoba. Vuestro hijo….el buen Abbad…

     Itimad, cubierta de barro, seguida de algunas esclavas que la acompañaban durante el juego, entran en la estancia. Todas lloran. Itimad tiembla…

ITIMAD
No es verdad… No es verdad…¿Verdad que no, Mutamid?… El no ha muerto… Dime que no ha muerto… Dime que su cabeza sigue hermosa aún sobre sus hombros… Dime que todo es mentira y haz que pare este dolor que me nace aquí dentro y me está partiendo entera… Dime que sigo siendo madre del más bueno de los hijos… Dime, amor, que yo misma me estoy quedando muerta y el barro de mis juegos me está convirtiendo en piedra…

     Mutamid mira con dolor a Labbana, éste asiente cabizbajo. Música y redoble de tambores. Los reyes se abrazan y quedan sumidos en un inmenso dolor. Labbana ayuda a las esclavas a llevarse a la reina. El rey echa a todos con su silencio y, casi enloquecido, traza con el aceite de una antorcha un círculo de fuego, quedándose dentro. Con el hacha en la mano, delira, entre lágrimas…

MUTAMID
Me han dicho, hijo mío, que saliste a defender Córdoba casi desnudo, pues estabas dormidito y tan sólo rodeado de algunos fieles y esclavos cuando el traidor fue a degollarte… Y me han dicho que durante dos noches tu cuerpo desnudo se quedó tirado en la calle…hijo mío… Me han dicho que un imán que caminaba advirtió tu cadáver y que, al reconocerte como el joven príncipe, te cubrió con su capa…¡qué hombre noble y generoso!… Pero el maligno Ibn-Ocacha luego te cortó la cabeza y la ha paseado por toda Córdoba en la punta de una pica, haciendo huir a mis fieles y convocando a los traidores en la gran mezquita… Guerra, ¿no es eso?… ¡Guerra!, ¡Guerra!, ¡Guerra!…¿Qué le pasa a los hombres que no entienden de versos y sólo sienten hambre de sangre?…¿Para qué sembrar un Edén donde siempre han de crecer espinas y maldades?. ¡Ay, sueños míos!. Durante años he tratado de no usar las armas , como hizo en tiempos mi padre, para construir un reino de la paz y de la belleza. No me temen, hijo mío. Nadie me teme sino derramo sangre. ¿No será entonces mi Sevilla un Parnaso de poetas y de ángeles?. ¿No podremos nunca reinar sobre los sueños?.
¡Ay, qué débil rey soy ante la muerte!. ¿Guerra?, ¿sangre?, ¿dolor?… Eso os daré entonces. Y perdóname, poesía, que más me duele a mí ahora el ser -antes que poeta- padre, rey y hombre. ¡Aunque tarde años Córdoba será de nuevo mía y he de vengar tu crimen, hijo mío!. Clavaré el cadáver del traidor sobre una cruz y a sus pies, para que lama su sangre, habrá de velarle un perro, y a Córdoba le seguirá Toledo y, si no pudieron mis versos, serán mi odio y mis crueldades las que escriban la historia de Al Andalus entre el Guadiana y el Guadalquivir. Será esta Mesopotamia mía o ya no lo será jamás de nadie. Que no quede nada más que lo que a gritos me pedís… ¡Guerra!, ¡Guerra!, ¡Guerra!… (Se derrumba, llorando)

     Redoblan nuevamente los tambores. Gritos y fuegos. Varias hogueras se prenden en los distintos extremos de la escena. Mutamid desaparece. Entre la confusión, un personaje vestido de harapos y colgantes aparece agazapado y oculto, es la vieja HECHICERA de los Abbadíes, que yerra entre las ruinas del tiempo. En otro extremo aparece, sudoroso y magullado, el altivo IBN AMMAR, espada en mano y asustado.


AMMAR
¡Traidores!. ¡Maldita raza la que os trajo al mundo, sierpes de la noche!. ¡Ah, Ibn Ammar, estás solo de nuevo!… (La Hechicera se revuelve y se aferra a los pies del visir). ¿Eh?…¿Qué es esto?. (Le da una patada). ¡Aparta de mí, apestado!…(Se dispone a darle muerte).

HECHICERA
¡No me matéis, visir, que soy un espejismo!.

AMMAR
(Desconcertado). ¿Quién eres?.

HECHICERA
Pregúntame cualquier cosa del pasado, del presente o del futuro, pero nada de mí, por que es inútil.

AMMAR
¿Te burlas?. ¿Quién eres te digo?.

HECHICERA
Hacía las veces de astrólogo y de médico de los Abbadíes, pero ya no tengo estrella ni porvenir.

AMMAR
¡Por Alá!. ¡Os reconozco!. ¿Qué ha pasado para que andéis así?

HECHICERA
Profeticé la muerte de Al Andalus y los soñadores me han callado a palos con el exilio. Y también les profeticé la tuya, visir Ibn Ammar. ¿Me clavarás tú la pica de gracia?

AMMAR
(Ríe). Yo no mato a los que dicen tan obvias verdades. Todos, los hombres y sus sueños, han de morir algún día, ¿no?.

HECHICERA
No todos los sueños, señor, pues algunos hay que resucitan en las memorias de los vivos.

AMMAR
(Más tranquilo). Ya veo que me conoces y que conoces la fecha de mi muerte. Pero trágate la lengua y tu malfario para esos asuntos y dale alas para contarme qué estás haciendo aquí, y así, vestida como un pordiosera. ¿Tú también huyes?.

HECHICERA
No. Simplemente espero. Los astros lo predijeron y han empezado a caerse desde el cielo los pilares de este reino. En Sevilla, la corte controla a Mutamid y, éste, ennegrecido por el odio, se ha vuelto dañino y rencoroso. Consultó mis augurios y, como le fueron contrarios, me ha expulsado al destierro. Mandó cortar también mi lengua, pero hipnoticé a los carceleros y huí.

AMMAR
(Renegando). No puedo entenderlo, hechicera… Mutamid, mi buen hermano y amigo, ya hace años que no es ni bueno ni fraterno, desde luego. Su corazón se ha separado del mío.

HECHICERA
No superó la muerte de su primogénito, aunque ha tenido después más hijos, algunos -según dicen- no con la reina. Bueno, eso creo… Tardó tres años en tomar Córdoba y en castigar a los sublevados. Se derramó tanta sangre que hasta Sevilla llegó el Guadalquivir rojo y lleno de muertos. Así es la ira de un rey que siempre fue bueno.

AMMAR
Esa es la ira de un padre ante el hijo asesinado. (Parece enloquecer) ¡Por Alá!. ¿Qué va a ser de mí?. Ibn Zaydún y su familia ya habrán hecho de las suyas en mi contra. ¿Cómo será entonces su reacción ante el amigo que, según proclaman, le ha traicionado?.

HECHICERA
¿Es cierto entonces que lo habéis hecho?. ¿Por eso huís?.

AMMAR
(Primero ríe, luego llora). Yo… ¡Yo le quiero!….

HECHICERA
(Comprendiendo). Cuando un mundo se acaba como se está acabando este, los que aman son los que sufren y perecen primero.

AMMAR
(Ríe). Yo he sufrido toda mi vida. Esperaba este final.

HECHICERA
Os creía en Murcia….

AMMAR
Y Murcia conquisté para Mutamid. Pasamos muchos peligros e, incluso, temimos por la vida del príncipe Rachid, pero, tras largas negociaciones y tretas, pudimos salvarles y el rey Mutamid me abrazó de nuevo como a su salvador. ¡Yo conquisté Murcia para él y en la corte me acusaron de soberbia!. Le atosigaron y le indujeron a pensar que yo ansiaba el poder y a rebelarme…¡ellos sí que con su traición consiguieron ennegrecer el corazón del rey en mi contra!. De entre ellos y sobre ellos culpo a Ibn Zaydún, que no cesó de calumniarme y de interpretar malignamente mis acciones hasta que el rey empezó a ver por los ojos de éste claros signos por mi parte de infidelidad. ¡Qué triste y repetitiva historia de injusticias!.

HECHICERA
Escribisteis versos e injurias contra el rey Mutamid y la reina, todo el mundo conoce esa historia.

AMMAR
Me defendí de los que él escribió antes. Me defendí de tanto desprecio y yo también soñé con otro Al Andalus… Pero en Valencia me llegó la traición y la noticia de la condena de Mutamid. Y huí. Desde entonces he vagado por la corte cristiana de León, por Lérida… hasta llegar aquí, a Zaragoza. Tratando de conquistar Segura para el príncipe Mutamín, he sido traicionado por los Beni-Sohail, y ya no tengo escapatoria. Ya no me quedan amigos, ni ejércitos ni reinos fieles. Ya no me quedan ni sueños ni armas con que defenderlos. (Ríe). Ya sólo me quedas tú… ¿Para qué quiero saber ya mi porvenir, hechicera?. Estoy muerto, no hace falta que me lo leas en las tripas de cualquier animal. Me lo gritan aquí las mías..

HECHICERA
Mira entonces en tu corazón, que es la víscera del fuego. Quizás arda en él aún el amor que te fue negado un día en las orillas del Guadalquivir y te fue regalado en las noches de Silves…

AMMAR
No son justos nuestros exilios.

HECHICERA
Tampoco lo son ahora nuestros reinos. A mi muerte, cuenta dos Lunas y le seguirá la tuya, y a la tuya, cinco años después, llegará la de este sueño de Al Andalus…

AMMAR
Ahora te recuerdo totalmente. Tú estabas en mi cuna, te oí por primera vez en Silves, una noche que dormía junto al rey, y luego fuiste tú la que me tocó la espalda entre el gentío de Sevilla. (Ríe). Ha cambiado tu cara, a veces has sido mujer, otras hombre y otras bestia, pero siempre has sido mi fiel sombra y siempre me aclaraste el negro sino. Ven, espíritu, y déjame que te acepte y que me aceptes.

     Ambos, confraternizados, se abrazan y empiezan a reír. Irrumpen en ese momento varios soldados que les dan el alto.


 
SOLDADO 1
¡Date preso, Ibn Ammar!.

     Los soldados les rodean, enfilándolos con sus lanzas y saetas. Detrás de los soldados aparece RADHI, hijo de Mutamid.

RADHI
Encadenad al visir, pues desde hoy deja ya de serlo.

AMMAR
(Desconcertado, no opone resistencia a sus carceleros). ¿Vuestro padre, príncipe Radhi, ordena que me hagáis esto?

RADHI
Los Beni-Sohail os han hecho esclavo y mi padre, el rey Mutamid, os ha comprado. Así me acompañaréis hasta Córdoba. ¿Qué mejor trato esperáis siendo un traidor?.

AMMAR
El trato del que ha sido amigo y amado. El trato que me merezco por que os he visto crecer.

RADHI
Mal habéis pagado la caridad que se os ha dado, Ammar. Vuestros versos y vuestras acciones han empozoñado el recuerdo y el cariño que todos os teníamos. ¡Prended a la mendiga que le acompaña!.

AMMAR
¡No!. A ella dejadla libre, que sólo me dio conversación y consuelo…

RADHI
¿Quién es?.

AMMAR
Sirvienta vuestra fue y amiga. ¿No reconocéis a vuestra astróloga?.

     El príncipe se acerca, la reconoce, le abre la boca y le saca la lengua. Luego se vuelve y, de espaldas, dice sus últimas palabras.

RADHI
¡Matadla entonces!. Condenada estaba a guardar silencio y, viendo que aún tiene lengua, esa es la única manera de asegurarse.

AMMAR
(Horrorizado). ¡No!. ¡No!.

     Los soldados cumplen la orden y degüellan a la Hechicera. Ammar la observa morir, aterrorizado. Los soldados le empujan y le obligan a andar, precedidos por Radhi.

AMMAR
(A un soldado). ¡Horror de su profecía!. Decid, soldado…¿en qué Luna estamos?.

SOLDADO 2
Esta noche es Nueva, señor.

     Música. Las carcajadas de Ammar se confunden con sus lágrimas y con una súbita oscuridad. Las llamas desaparecen y en el cielo, una Luna roja empieza a iluminarse como y en el sentido de las manecillas del reloj.



 
     Música de quejío. Un pasillo de soldados con antorchas escoltan al preso Ibn Ammar hasta el salón real. Si se viera preciso algunos miembros de la muchedumbre podrían acercarse al reo para insultarle o lanzarle objetos. Ammar, malherido, triste y oscuro, avanza agonizante. En el salón real están los visires y, sobre sus tronos, Mutamid e Itimad.

AMMAR
¡Con qué celeridad se desplazan ya los cuerpos celestes sobre mis ojos!. Dos Lunas son un instante: ¿qué tarda un mismo aire en ser inspirado y expirado?… Aquí llego, sin alas, sin derechos, a que todo me sea negado. ¡Ay, amado Mutamid!. ¡Cuán extraños son los secretos del destino!. Ya una vez me predijeron que habría de llegar un día en que me fuera más grato estar lejos que cerca de ti. Te temo, porque tienes el derecho de quitarme la vida; espero, porque te amo con todo mi corazón…

IBN ZAYDÚN
(Adelantándose ante el reo, le acusa) En la conquista de Murcia te adueñaste de bienes de los tesoros reales. Entraste en la ciudad a tambor batiente y con las banderas desplegadas, en un triunfo que hiciste más para tu gloria que para la del rey que te mandaba…

AMMAR
(Al lejano aún Mutamid). Ten piedad de aquel cuya adhesión inquebrantable conoces, del que no tiene más mérito que amarte sinceramente. Nada he hecho que pruebe de mi parte negligencia ni presunción.

IBN ZAYDÚN
(Siguiéndole en el desfile). ¿No?. Diste audiencias dándote aires de soberano, cubierto como los reyes.

AMMAR
¿Cómo es posible que tu bondad no me alumbre con sus rayos, como el relámpago alumbra las tinieblas de la noche?. ¿Cómo es posible que ni una tierna palabra venga a consolarme como dulce brisa?… Oye a este infame que me sigue…¡él y no yo ha destruido la imagen que de mí tenías!. ¿Así me retiras tu mano después de veinticinco años de amistad?. (Cae). De rodillas imploro tu clemencia, te suplico que me perdones….

IBN ZAYDÚN
(Mostrándole un papel). ¿No es tuya esta sátira en la que injurias con todo tu odio a los abbaditas?… ¿No dices en ella que el rey eligió de entre las hijas del populacho a la esclava que ahora es tu reina?. ¿No escribiste que ella parió hijos libertinos y hombrecillos rechonchos que la avergüenzan?. ¿No es tu letra la que dice : “Mutamid, yo mancillaré tu honor, yo desgarraré los velos que cubren tus torpezas, yo los haré caer a pedazos”?

     La corte está compungida. Mutamid está cabizbajo. Zaydún, colérico.

AMMAR
Nada niego señor de lo que acabas de decirme. (Mirando por fin y con odio a Zaydún). ¿De qué me serviría negarlo si hasta las piedras hablarían para atestiguar la verdad de tus palabras?. (A Mutamid). He faltado, te he ofendido gravemente, ¡pero perdóname!.

    Silencio.

MUTAMID
Lo que tú has hecho no se perdona. (Se levanta y le da la espalda)

AMMAR
¿Y lo que has hecho tú conmigo, Mutamid?. (Todos se conmocionan. Mutamid tiembla). Tan cierto es que te debo todo como cierto es que luego todo me lo arrebataste. ¿Ya no soy tu escudo?. ¿Cuántas veces me dijiste en secreto, “si no fuera por los ojos de los mirones, y mi desconfianza en las habladurías de mi guardia, os visitaría trepando sobre las caras o arrastrándome sobre las cabezas”?. ¿Qué te ha cambiado en el corazón?. ¿Qué te avergüenza ahora que ni siquiera me miras?. ¿No has tenido siempre de mí todo lo que me pediste?. (Mutamid oscila, duda y se retuerce, entre la cólera y la locura).

MUTAMID
¡Basta!. ¡Basta!. (Itimad va hacia su lado y trata de calmarle, él se deshace de ella). ¡Tus sentimientos y los míos nunca fueron comparables!. Incluso ahora son distintos: ¡Te aborrezco!.

AMMAR
(Sorprendido). Pues siempre para mi lo fueron...Han pasado los años, amigo. Muchos errores se han añadido ya a nuestras respectivas vidas. Ya hace tanto tiempo que me negaste …y ¿te he pedido yo algo?. ¡Contesta!.

IBN ZAYDUN
¡Callaos y obedeced al rey!

AMMAR
La soberbia y el rencor se han apoderado de ti… (Ríe). ¿Rey?…¿Rey de qué?… Yo te enseñé a soñar. ¡Mírame!… (Grita). ¡Mírame, maldito seas!…(Mutamid, por fin, lo hace). Este al que ves eres tú mismo, tu propio yo negado, tu vergüenza, tu dolor más íntimo, tu propia poesía disfrazada. Lo que ves ya no es un sueño sino la peor de tus pesadillas. (Ríe). ¡Yo soy Al Andalus y no tú!.

     Mutamid, en un terrible arrebato, se hace con el hacha que le regaló el monarca cristiano y, sin que nadie pueda evitarlo, la arroja contra su amigo, dándole la muerte. Todos gritan. Itimad, aterrorizada, rompe a llorar a los pies del muerto, dando golpes a las piernas temblorosas del rey.
     Mutamid abre los ojos y no puede reaccionar. Parece haber perdido la razón.

MUTAMID
(Por fin llorando). Tenían razón las profecías. Decían verdades las lenguas que mandé cortar. Que sea la Historia entonces la que me acuse de haber asesinado con mis propias manos este sueño…

     Música y Llantos. Las esclavas se llevan a la reina, desolada, y a sus hijos. Los cortesanos y los visires, renegando y llevándose las manos a la cabeza, van abandonando, sin dar crédito, la estancia real. Zaydún, satisfecho, es el último en salir. Aún puede contemplar antes de marcharse como el monarca cae de rodillas junto al cadáver de Ibn Ammar. Mutamid observa las heridas que las cadenas han causado en los tobillos y muñecas del que, en otros tiempos, fuera su amado amigo. Con su saliva, limpia esas heridas. Luego, le quita las cadenas y, simbólicamente, se las pone él.
     Transformado, pálido y desencajado, abandona con pasos torpes y delirantes el salón del trono. Zaydún, antes de irse, ordena a unos esclavos que retiren el cadáver. Música de plañideras. Las Tinieblas se apoderan de Al Andalus.



 
 
 

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