AGOSTO EN BUENOS AIRES


"AGOSTO EN BUENOS AIRES"


(1996)


Portada de la obra "Agosto en Buenos Aires" de Juan García Larrondo. Ediciones Irreverentes. Diseño: José Díaz Cadero.

“Agosto en Buenos aires” fue seleccionada obra con valor de excelencia en el Premio de Teatro Tramoya 2000 de la Universidad de Veracruz, México.
         En 2014 recibió el IX Premio de Teatro “El Espectáculo Teatral” de Ediciones Irreverentes en Madrid.

Género: Melodrama.
Edición: Madrid, Ediciones Irreverentes, 2014.
Duración aproximada: 100 minutos.
Personajes Principales: 4 hombres, 2 mujeres.

  
Introducción:

Melodrama de estructura casi costumbrista que se desarrolla, a pesar del título, en un Cádiz futuro e imaginario de fantasiosas coordenadas. Su argumento narra, en tono de comedia de enredo salpicado de apariciones fantasmales, la historia de una pareja de chicos -Zakarías y Jacinto- que, tras suspender un viaje que tenían previsto al Río de La Plata, acaban conviviendo -¿paradojas del destino?- con una joven argentina y con su madre a las que habían alquilado el ático donde viven justo antes del frustrárseles el viaje. Al principio, todo indica que la experiencia de compartir casa va a ser enriquecedora para los cuatro protagonistas pero, ya desde los primeros días, Jacinto comienza a sospechar que Aurora y su “mamá” no son tan encantadoras ni tan liberales como aparentaban. Especialmente, Hiperbórea, la matriarca, que posee unos extraños poderes sobrenaturales y que, entre otras cosas, arrastra tras de sí una estela de chantajes y de deudas contraídas no solamente con los vivos, si no también con sus antepasados ancestrales…


FRAGMENTO


Último día de un caluroso mes de julio. Tiempos pasados todavía por venir. Interior de una casa en plena mudanza. Amanece y todo se ilumina desde  una gran terraza que, a modo de ático, circunda la habitación central. Varias puertas comunican con el resto de las estancias. Todo está a medio desmontar, las estanterías casi vacías y, distribuidos por el suelo, hay diversos objetos apilados (Libros, ropa, maletas...) que los actores irán guardando en cajas durante el desarrollo inicial de la obra. Al fondo, macetas y una gran pajarera con canarios. También una vieja gramola a modo decorativo. Aunque todo parezca desordenado, debe notarse que la casa está dispuesta con muy buen gusto. Bien visible, hay un almanaque de gran tamaño con todos los días de julio tachados, excepto el presente. A los trinos mañaneros de los pájaros se añade, de imprevisto, una música vivaracha procedente de un despertador. Comienza así un programa de radio con el que, si se quiere, se puede situar al espectador sobre el lugar y la fecha en que acontece esta comedia. Preferentemente finales de los años 90 del pasado siglo o en un  futuro con casa domótica, como los filmes de ciencia ficción. Instantes después se abre la puerta de un dormitorio y sale, aún adormilado y en ropa interior, un atlético y barbudo JACINTO que, entre bostezos, baja el volumen de la radio. Abre la terraza. Se asoma levemente y luego vuelve a la habitación de la que salió. Ruidos de mar y de gaviotas.

JACINTO: (Desde dentro) Despabila y levántate, anda. (Ruidos de lavabo) ¡Arriba!. (Con ternura)  Venga, que se nos echa el día encima y luego no nos da tiempo de nada. (Pausa. Jacinto sale a medio vestir, más ágil y despierto. Recoge algunas cosas del suelo. Sigue hablando hacia la habitación) ¿No dijiste que ya estaba todo preparado? (Recoge una gorra militar del suelo y reniega, malhumorado. Luego grita hacia el cuarto) ¿Te levantas o te saco a empujones de la cama? (Silencio) ¡Joder, siempre igual! (Abre el frigorífico y come alguna cosa, mientras prepara unos vasos de zumo) Espero que la inquilina traiga comida, porque la nevera está más vacía que tu cerebro... (Ríe) Aunque si viene a hacer un tratamiento contra la obesidad, igual le conviene que no dejemos nada, ¿no? (Entra en la habitación con uno de los vasos de zumo. Desde dentro) ¿Todavía estás así? (Pausa)  Bébete esto, anda. (Pausa)  ¿Qué hacía mi gorra en el suelo? Te tengo dicho que no la cojas, que la estropeas. (Sale con el vaso vacío y ya vestido con un uniforme militar) Eres un coñazo, ¿sabes?  Te advierto que no me voy para la embajada hasta que no te levantes, y cuanto más tarde en irme más tardo en volver, así que tú verás... ¿te enteras? (Pausa) ¿Me estás escuchando? (Jacinto entra otra vez en el dormitorio como un toro) ¡Que no te duermas, joder! (Se oyen risas y gritos. Jacinto sale de la habitación con ZAKARÍAS en brazos, totalmente adormilado y en pijama de verano, hasta que lo tira en el sofá. Le toca las palmas) ¡Que nos vamos, tío! ¡Que nos vamos para Argentina! ¿Quieres despertarte de una vez?

ZAKARÍAS: (Resucitando. Bosteza). ¡No me lo recuerdes! (Rebufa) Con razón me decía mi madre que no me juntase nunca con un piscis…

JACINTO: (Se duele en la espalda).  Por tu culpa me voy a lastimar y no vamos a poder ir a ninguna parte.

ZAKARÍAS: (Todavía de malhumor matutino). ¿Y quién te manda cogerme? Si ya estás demasiado viejo para dártelas de fuerte…

JACINTO: (Bromista). Perdona, eres tú el que cada día está más gordo.

ZAKARÍAS: (Bromista también) Pues anoche no decías lo mismo...

JACINTO: (Le pellizca, reconciliador). Porque estaba a oscuras y no se veía nada… (Zalamero) Y, además, porque ya te conozco de memoria…

ZAKARÍAS: (Esquivándolo, bosteza). Ya, ya… Bueno, ¿vas a tardar mucho?

JACINTO: (Incorporándose y terminándose de vestir. Saca del cajón una pistola que se instala bajo la chaqueta del uniforme). No creo. Lo que dure la despedida. Seguro que vuelvo y tú no has terminado de recogerlo todo. Venga, anda. Vístete y ve bajando cajas, que Amador y la Pinki dijeron que vendrían a echarnos una mano y tienen que estar ya aparcando la furgoneta…

ZAKARÍAS: (Todavía retorciéndose en el sofá). ¿Qué dices? ¡Si seguro que esos todavía ni se han levantado!

JACINTO: No me extraña. Después de cómo os pusisteis los tres ciegos fumando porros... ¡Y luego te quejas de que te pasas todo el día atontado! Pues a partir de mañana despídete, por que en Buenos Aires ya no estará Amador y ya no habrá más canutos. (Serio) Y no se te vaya a ocurrir llevarte nada, ¿te enteras? Primero, porque no me gusta que fumes y, segundo, porque se enteran en la embajada y ya sabes que no quiero malos rollos…

ZAKARÍAS: (Cínico). ¿Qué dices? ¡Si en la fiesta del otro día, la mujer del cónsul y su querido estaban hasta el culo de coca! ¿Tú te crees que se van a…?

JACINTO: (Coge un par de cajas e inicia el mutis). ¡A mí eso me la suda! Lo que no quiero es que estés siempre con los ojos como bolas. Y me voy ya, joder. 


ZAKARÍAS: (Cariñoso. Se levanta y se despereza) Jacinto…

JACINTO: (Suelta las cajas y se dirige hacia Zakarías). ¿Qué pasa ahora? 

ZAKARÍAS: ¿Cómo voy a estar un mes entero en Buenos Aires sin hachís? ¿Qué quieres? ¿Matarme?

JACINTO: Nada, así te desintoxicas. Y mientras que yo vigilo que al embajador y a su mujer no les pase nada, tú te dedicas a terminar esas canciones nuevas, ¿está claro? Ya verás cómo allí sí que te inspiras… (Pone un disco en la gramola. Suena el tango de Gardel. Baila con él, burlón) Mi Buenos Aires queridooo....

ZAKARÍAS: (Siguiendo la broma, detiene el baile). ¡Pero es que yo no quiero desintoxicarme!

JACINTO: ¡Mira que eres vicioso! Anda, arregla esto un poquillo, hombre, que la chavala dijo que vendría a primera hora…

ZAKARÍAS: (Asiente, empujándole hacia la salida y con expresión de desagrado). Ya me estoy arrepintiendo de haber puesto el ático en alquiler...

JACINTO: (Saliendo). ¡Pues fuiste tú quién se empeñó en alquilarlo! Así que ya es tarde para arrepentirse. Lo importante es que pague y que le dejes muy claro que no olvide regar las macetas ni cuidar de los pájaros. Además, ya está hecho, ¿no? (Le besa con prisas). No te entretengas, en serio.

Jacinto se marcha. Zakarías cambia bruscamente de música y, casi sin fuerzas, empieza a recoger cosas y a meterlas en cajas. Como es desidioso por naturaleza, acaba por sentarse encendiendo la colilla de un canuto y mirando fijamente al público.

ZAKARÍAS: ¿Qué quieren que les diga? A mí no termina de hacerme ninguna gracia la idea de meter una mujer en casa. Verán, no es que yo sea misógino ni nada de eso, bueno, a lo peor sí, pero es que cada uno tenemos manías y la mía es una de esas manías. A Jacinto le da igual, claro. Como él estuvo casado y todas esas cosas... Pero es que esta tipa me da mal rollo, no sé. Tan fina, con ese acento, tan educada por teléfono. Y lo más alucinante de todo es la coincidencia. Resulta que nosotros nos vamos a Argentina y, casualmente, la que me contesta al anuncio del alquiler, es precisamente una argentina que viene a ponerse en manos de no se qué médico que la ha prometido transformarla en una sílfide. ¿No es increíble? (Ríe). Me pregunto si cabrá por esa puerta. (Aterrado). ¡Dios mío! ¡¿Y si le da por sentarse sobre mi piano y lo destroza?! (Se levanta y se sienta frente al piano, mientras lo toca con pasión) Después de a Jacinto, es lo que más quiero en este mundo. (Señala a los canarios). Los pájaros son cosa de Jacinto, que se crió en el campo y le gustan mucho los bichos. Antes también teníamos una perrita, pero hace unos meses la atropelló un coche y tuvimos que sacrificarla… (Se oye un frenazo y el aullido agónico de un perro que es atropellado. Zakarías pone una mueca de angustia). Todo muy triste y muy desagradable. A veces me parece olerla y sentirla todavía andando por la casa. El animalito me daba mucha compañía y yo hablaba muchísimo con ella. Bueno, yo es que tengo que estar todo el día hablando con alguien o con algo: con las macetas, con el piano, con la gorra del teniente, con el teléfono... Con Jacinto... Pero Jacinto está siempre trabajando, ya ven. (Toca algo agradable). Así que, cuando ya me duele la garganta de tanto hablar, me siento y escribo canciones. Es una forma tan válida como cualquier otra de hacer ruido, ¿no? Además, cuando hay suerte, hasta me pagan una pasta. El año pasado nos compramos esta torre mirador, tuvimos que reformarla y ahora estamos en la ruina. ¡Menos mal el alquiler que cobraremos por la casa! Pobre Jacinto. Él es, por decirlo de alguna manera, el guardaespaldas principal de la embajada de Argentina. Da morbo de uniforme, ¿verdad? Pues más lo da sin él, porque lo mejor de él es el pedazo de corazón que tiene. Somos felices, al menos yo creo que lo somos. A él no le importa madrugar ni le hace ascos al trabajo, ya les dije antes que era piscis. Cuando tiene que salir de viaje para acompañar al embajador en alguna misión diplomática, siempre que puedo y me lo pagan, me apunto yo también. Y si no, nos llevamos horas hablando por teléfono; como desde las embajadas no le cuesta nada... (Suena el teléfono). ¿Ven? (Lo coge). ¡¿Ya has llegado?! Siempre estás corriendo. ¡Cualquier día de éstos me quedo sin coche y sin guardaespaldas! (Mintiéndole). Claro que ya está todo recogido. Que sí. Venga. Un beso. (Cuelga, cariñoso). Nuestros colegas dicen que somos tan pegajosos que damos hasta fatiga… (Ríe. Sigue guardando y recogiendo cosas). ¡Ea! ¡Y ahora, a la Argentina! (Tacha parsimoniosamente el último día del almanaque, luego, arranca la hoja y deja visible el aún inmaculado mes de agosto. Suspira, algo disconforme) ¡Todo un mes de agosto en Buenos Aires!... (Vuelve a sonar el teléfono. Zakarías lo coge). ¡Amador! ¿Ya te has levantado? (Ríe). Joder, pues no sé yo qué misa habrás podido dar tú esta mañana a las ocho, por que yo todavía tengo un ciego... Aquí: llenando baúles… No, todavía estoy esperándola... ¡Oye, tío! Que no se te olvide traerme el chocopólen, pero ni se te ocurra dármelo delante de Jacinto que no veas lo pesadito que está con el tema. Por eso mismo, no tardes. Adiós, golfo. (Cuelga, al público). Mi colega Amador es el catequista más moderno y trasgresor que conozco. Como está en una parroquia marginal pilla de todo, y a mí me pasa el chocolate gratis. (Llaman a la puerta. El interior de la nevera se ilumina fugazmente con fuerza). ¡Dios! (Mira su reloj). ¡No puede ser! ¡La argentina! ¡Coño! ¡Y todo todavía por medio! (Se viste rápidamente y abre la puerta muy sonriente. Ante él surge la regordeta figura de AURORA, cargada de maletas)...


Contraportada "Agosto en Buenos Aires" de Juan García Larrondo

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