domingo, 28 de agosto de 2011

EN MI MOLESTA OPINIÓN: SECUELAS, PRECUELAS Y OTRAS PARAMNESIAS



Vivimos tiempos dichosos para la ficción (televisiva, cinematográfica, literaria, incluso religiosa…). Y eso que la realidad siempre puede ser mejor o peor que cualquier cosa que podamos inventar. Pero nos hemos hecho comodones y todos necesitamos “desconectar”, evadirnos o dejar volar nuestro pensamiento al hilo de una buena historia, una bella narración o el más onírico de nuestros sueños. Y, visto el vértigo y la incertidumbre que nos atenazan, todo cuanto valga para anestesiarnos o para hacernos más transitable este valle de lágrimas siempre habrá de ser celebrado y bienvenido. Aunque no todo nos ha de valer ni tenemos por qué tomárnoslo a pies juntillas. Nunca se crean del todo las palabras escritas o dictadas por los hombres, ni den ciego crédito a nuestros periódicos, a nuestros telediarios, a nuestros líderes religiosos o políticos, ni a nuestros más ínclitos escritores, especialmente si son líderes de ventas en libros de autoayuda. Sea mediante el género que sea, jamás olviden que todo mensaje que se emite responde a una intención, y no siempre con fines loables ni para obsequiarnos con inocuos entretenimientos. No es que deba convertirse uno en descreído o volverse sordo a las señales de su entorno. Nada más lejos. Lo que debemos procurar es no perder nunca el criterio, la curiosidad por el conocimiento y la intuición aerodinámica de que todo es según depende del cristal del que se mire o nos quieran hacer mirar. Por que, al fin y al cabo, casi todo lo que sabemos, aprendemos o desvelamos hace ya siglos que se descubrió o seguro que fue vislumbrado por algún griego o algún sabio del sudeste asiático en otras eras protohistóricas. Apenas inventamos nada nuevo y, desde que la imagen, las ideas y las palabras pueden ser conservadas en todo tipo de soportes fácilmente accesibles y, gracias también a que nuestra creciente longevidad permite que los relevos generacionales abarquen más años de vida y de memoria, la sensación de que nuestra inventiva ha tocado techo (o fondo) resulta (desoladoramente) cada vez más evidente. Lo que antes era sorprendente “déjà vu”, se ha convertido hoy en un negocio floreciente. En lugar de imaginar o crear mundos nuevos, preferimos resucitar, refundir, versionar, recrear o, incluso, copiar o plagiar descaradamente otros que ya fueron inventados, y no necesariamente para describírnoslos con mayor acierto o de una manera más bella. Le duela a quien le duela, menos mal que la bendita SGAE sigue velando por nosotros, los creadores, porque los genios parecen extinguirse paralelamente a la originalidad y alguien tiene que poner orden en este mercadeo y darle a cada cual el mérito que le pertenece, ¿no? El cine apuesta por lo seguro y las secuelas, las precuelas y las nuevas versiones de títulos clásicos cada vez son más frecuentes. A la música y las Artes Plásticas les pasa tres cuartos de lo mismo. Y, en la literatura, mejor me muerdo la lengua, porque yo mismo acabo de “adaptar” para estrenar en breve “El estado de sitio” de Camus, obra de 1948 cuyo argumento, aunque me esté feo el justificarlo, al menos vuelve a estar de “rabiosa actualidad”. Pero eso no es excusa. No entiendo cómo, en pleno apogeo del “revival”, este verano no hayamos tenido una canción oficial con la que podernos descoyuntar. Ni siquiera el último “remix” de la Carrá lo ha conseguido. Y eso que “Far L´Amore” es casi lo primero que los humanos llegamos a inventar, ¿no? Bueno: eso, o el huevo, pues siempre dependerá de quién y cómo se lo cuenten y de la versión que al final se quiera uno quedar.


Publicado en suplemento "Pasarela de verano". Periódicos Grupos Joly. 28 agosto 2011.

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